Por el Ing. Agr. (Ms.Sc.) Eduardo Requesens*
El informe de la FAO “Agricultura mundial: hacia los años 2015-2030” señala que un menor crecimiento de la población y la estabilización del consumo de alimentos en muchos países frenarán la expansión de la demanda que no superará el 1,2% anual a lo largo de dicho período. No obstante, para el 2030 se necesitarán cada año mil millones de toneladas más de cereales.
Para responder a las futuras necesidades, se considera que aún existen tierras potencialmente cultivables sin utilizar. En la actualidad, 1500 millones de ha (11% de la superficie mundial) se destinan a cultivos. Otros 2800 millones de ha son aptas hasta cierto punto, aunque una buena parte está destinada a otros usos valiosos como bosques (45%) y áreas protegidas (12%).
Si bien la expansión de las tierras agrícolas es un hecho relevante, particularmente en América Latina, su importancia relativa será superada cada vez más por los incrementos de los rendimientos. En el futuro, el 80% del aumento de la producción de los cultivos en los países en desarrollo tendrá que proceder de la intensificación productiva.
Desde la perspectiva ambiental, las proyecciones de expansión e intensificación agrícola resultan alarmantes. Una hipótesis más que preocupante es que la producción extra necesaria para satisfacer la demanda mundial no será sostenible ya que socavará la base de recursos naturales y anulará las mejoras de productividad. La investigación conocida como “Evaluación Mundial de la Degradación de los Suelos (GLASOD)” considera que existen 1964 millones de ha degradadas, de las cuales, 910 millones lo están en grado moderado y 305 millones en un nivel extremo no siendo ya adecuadas para la agricultura.
Entre los principales tipos de degradación de tierras se destacan la erosión hídrica en zonas húmedas con pendientes, la desertización en zonas áridas, la salinización en áreas bajo riego y el empobrecimiento de nutrientes. Con relación a esto último, uno de los medios principales para aumentar los rendimientos es la aplicación de más fertilizantes. Sin embargo, esta alternativa se enfrenta a otro hecho también alarmante. En los países desarrollados, el aumento en el uso de fertilizantes y otros agroquímicos ha tenido como resultado graves problemas de contaminación del agua y del aire, y lo mismo ocurrirá hacia el futuro en los países en desarrollo a menos que se adopten medidas preventivas.
En Argentina, el incremento en la superficie de cosecha gruesa en los últimos 14 años superó los 11millones de ha. Pero lo más significativo es que la mayor parte de este incremento corresponde a la soja que pasó de menos de 6 millones a algo más de 16 millones de ha en dicho periodo. A nivel local, el Partido de Azul, y seguramente el resto del centro bonaerense, reflejan estas tendencias. Según datos de los Censos Nacionales Agropecuarios, el área sembrada con cultivos anuales en el territorio azuleño se incrementó en un 66 % entre 1988 y 2002 y la soja aumentó un 1300 % en dicho periodo. De acuerdo al Sistema de Estimaciones Agrícolas de la SAGPyA de la Nación, a partir del 2002 la superficie cultivada en el Partido de Azul se mantuvo estable alcanzando una meseta cercana a las 200000 ha, lo cual representa prácticamente el 90% de la superficie cultivable del partido. La soja pasó a ser el principal cultivo consolidando el desplazamiento del trigo y otros cultivos tradicionales. A la luz de lo acontecido en otras regiones, este proceso podría potenciar la pérdida de biodiversidad y acelerar los procesos de degradación del suelo.
En función del análisis realizado, y frente a la necesidad de conservar la base ambiental que sustenta la producción agrícola, resulta indispensable el impulso de políticas que modifiquen las tendencias al monocultivo de soja y promuevan la diversificación de actividades con criterio agroecológico. Con relación a esto último, las relaciones entre biodiversidad y estabilidad de los ecosistemas es una discusión con final abierto en la ciencia ecológica. Sin embargo, la aplicación de este principio a los sistemas agrícolas ha permitido establecer un claro beneficio de la diversificación productiva sobre la performance de los mismos en el largo plazo. La agrobiodiversidad incluye a la variedad de actividades productivas como así también a organismos de ocurrencia natural, muchos de los cuales son esenciales para mantener la calidad y sanidad del suelo o evitar explosiones demográficas de las plagas agrícolas. Entre los beneficios resultantes de la biodiversificación, se destaca la promoción de mecanismos homeostáticos a nivel agroecosistémico que mejoran la productividad, estabilidad y sustentabilidad de los sistemas productivos, la conservación de los recursos naturales y la reducción de los riesgos económicos.
En otras palabras, el futuro de la producción agrícola requiere una planificación estructural y funcional, tanto a nivel regional como de unidades productivas, que permita compatibilizar la demanda y la búsqueda de beneficios económicos inmediatos con los requisitos ecológicos necesarios para alcanzar un adecuado nivel de sustentabilidad. Para ello, el enfoque productivista de corto plazo debe ser reemplazado por una perspectiva agroecológica de largo plazo que permita proyectar a las empresas y regiones agropecuarias más allá de las coyunturas del mercado.
*Núcleo de Actividades Científico-Tecnológicas en Recursos Naturales, Ecodiversidad y Agroecología (NACT-RENEA), Facultad de Agronomía
No hay comentarios:
Publicar un comentario