domingo, 3 de octubre de 2010

La "maleza" son ellos

Por Arq. Roberto O. Marra*

Resulta difícil entender la lógica aplicada por quienes defienden con tanta vehemencia y falacias los sistemas productivos agrarios convencionales, que tanto desarrollo han tenido en las últimas décadas en nuestro País y en nuestra Provincia en especial.
Todo se basa en la “diosa” rentabilidad, suponiendo que sólo estos sistemas degradantes del ambiente son capaces de sostener los enormes rindes que se dan en base a millones de litros de agroquímicos.
Esta falsedad se ha impuesto como verdad absoluta, en base al enorme aparato publicitario utilizado por los oligopolios transnacionales interesados en que nada cambie para continuar capturando los impresionantes beneficios de los que vienen apoderándose.
Lo peor no es la magnitud de los despojos económicos de los que somos víctimas, sino la extracción compulsiva de la mayor riqueza que posee nuestro territorio: sus nutrientes básicos, el agua, la capa fértil del suelo. Agreguemos a ello lo que significa la necesidad de los enormes volúmenes de petróleo necesarios para la fabricación de estos productos químicos imprescindibles para el sistema productivo degradante utilizado con tanto desprecio por la vida actual y futura, y nos daremos cuenta del peligro que nos ensombrece no sólo el futuro, sino nuestro propio presente.
No se trata sólo de un problema del campo, o de sus actores básicos. Compete a toda la población, lo cual es fácilmente visible ante los crecimientos exponenciales de los casos de enfermedades de todo tipo que se vienen dando en los pueblos y los trabajadores rurales, denunciados por los afectados o sus familiares, pero negados impunemente por las corporaciones de los agronegocios y sus cómplices políticos y mediáticos, interesados sólo en sus inmensos beneficios económicos. Y no sólo se daña en forma directa la tierra, el agua y a los pobladores rurales. Todos los alimentos que consumimos tienen algún grado de contaminación. Todos están expuestos. Claro que las personas no morirán por comer una fruta, o una hortaliza, o un pedazo de carne. Es la acumulación a lo largo de la vida lo que podrá hacer altamente probable la aparición de enfermedades. A nosotros y, sobre todo, a nuestros descendientes, como ya mismo está sucediendo.
¿Dónde están las demostraciones sobre la inocuidad de los agroquímicos? ¿Quién de estos defensores a ultranza de los agronegocios pondrá su firma asegurándolo y se harán responsables penalmente por las consecuencias si al fin, como sostenemos quienes no admitimos más estos procedimientos, se llega a daños irreversibles al ambiente en la que vivimos? ¿Pueden asegurar con científicas demostraciones que nada de lo que se aplica a los vegetales y los animales llegará tarde o temprano a enfermarnos a nosotros o nuestros descendientes? ¿Les interesa acaso algo de lo que nos pase, cuando prefieren insistir en seguir aplicando tantos venenos sin haber estudiado con precisión sus posibles efectos nocivos en los humanos, directa o indirectamente?
Lo que más indigna es la adhesión a esos sistemas basados en el uso de agrotóxicos por parte de los profesionales relacionados con la actividad agraria, ingenieros agrónomos y veterinarios, formados en nuestras propias Universidades públicas, que aceptan fondos de las transnacionales que son las máximas beneficiarias de estos sistemas productivos, disfrazados siempre de “ayudas a la educación”, mediante la construcción de algún laboratorio o becas para estudiantes. Aún aquellos que trabajan en relación con la agricultura familiar o cooperativa, terminan aceptando como verdad absoluta la imposibilidad de dejar de usar agroquímicos y transgénicos, asegurando falsamente que es imposible mantener los niveles de productividad actuales con los sistemas alternativos agroecológicos. Terminan, en definitiva, transformándose en cómplices necesarios para evitar que la población tome conciencia a lo que está expuesta.
Los sistemas alternativas están. Se aplican desde hace tanto tiempo como edad tiene la agricultura en el planeta. Son los mismos que usaban nuestros abuelos, con las lógicas adaptaciones a las tecnologías actuales. Esto no es retroceder, como aseguran los mercaderes de la destrucción de nuestros suelos. Es avanzar hacia la aplicación consciente de procesos productivos que no sólo no degradan los suelos, ni las aguas, ni el aire, sino que generan el progresivo mejoramiento de la calidad de vida de toda la naturaleza y de su actor fundamental: el humano, al devolverle el rol principal en la actividad productiva agraria, para transformar el actual despoblamiento del campo y de los pueblos en un virtuoso sistema de inclusión y distribución de la riqueza. Con tecnología, si. Con ciencia aplicada, claro. Con apoyo estatal, por supuesto. Pero sobre todo con la participación consciente del Pueblo, se logrará por fin comenzar a vencer a la verdadera “maleza” que ha invadido nuestros campos y nuestras consciencias.

*Vice-Presidente del CEP (Centro de Estudios Populares) - Rosario - Santa Fe - Argentina
Miembro de la Comisión de Creación de Ecoactiva

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